La rotura del ligamento cruzado anterior suele ser consecuencia de una torsión violenta o una hiperflexión de la rodilla, que suele producirse durante la práctica de un deporte "de pivote" (esquí, fútbol...). Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando se bloquea el pie y el resto del cuerpo gira, provocando que el ligamento sometido a esta torsión brusca se rompa con un crujido audible.
Una vez roto, el LCA no se cura espontáneamente. Por el contrario, en la mayoría de los casos, se encoge. Sin embargo, una rotura de este tipo no impide reanudar las actividades normales de la vida cotidiana. Muchas personas pueden vivir normalmente sin su ligamento cruzado anterior. Sin embargo, puede provocar inestabilidad de la rodilla durante la práctica deportiva y aumentar el riesgo de artrosis de rodilla si no se trata quirúrgicamente.
En el tratamiento quirúrgico de las roturas del LCA, el objetivo es reconstruir el ligamento roto para restaurar la estabilidad de la rodilla sustituyendo el ligamento dañado por tejidos que posean las mismas propiedades, de modo que los pacientes puedan recuperar sus capacidades físicas y atléticas. Normalmente se trata de un injerto de tejido tomado de:
el tendón rotuliano (un tercio, extraído con un pequeño bloque de hueso en cada extremo): la técnica KJ.
los tendones de los isquiotibiales, que son músculos accesorios que recubren el interior de la rodilla, concretamente los llamados gracilis y semitendinoso; éstos dan nombre a la técnica más utilizada: el autoinjerto doble de semitendinoso/gracilis (DSTG).
la fascia lata, un tabique fibroso situado en la parte lateral del muslo.
El principio de estas intervenciones es reconstruir el ligamento en su localización anatómica exacta. Sin cirugía, existe el riesgo de artrosis de rodilla a largo plazo.
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